jueves, 15 de octubre de 2009

Los argentinos, cuando valoramos?




Antes de perder su primer partido contra Bolivia y de la trilogía de derrotas ante Ecuador-Brasil y Paraguay, Maradona fue criticado por tres temas:

a) Su falta de experiencia como técnico.

b) Su poca predisposición al trabajo

c) Su historia personal.


Sobre el primer punto, es cierto que su currícula no era alentadora: como técnico, hace quince años y en plena adicción a las drogas, obtuvo el 21 por ciento de los puntos posibles como técnico de Mandiyú (1 victoria, 6 empates, 3 derrotas) y de Racing (2, 6, 3). Sin embargo, el argumento es estéril. Franz Beckenbauer, sin experiencia previa como técnico, fue subcampeón y campeón mundial en 1986 y 1990. Dunga, ganó la Copa América (2007) y Confederaciones (2009). Jürgen Klinsmann fue tercero con Alemania en 2006. Otros, sin experiencia, tuvieron otra suerte: Michel Platini no clasificó a Francia al Mundial de 1990, Gheorghe Hagi tampoco pudo llevar a Rumania al mundial de Corea-Japón, donde otro técnico de gran experiencia y reconocimiento profesional, como Marcelo Bielsa, tuvo el mayor fracaso deportivo de Argentina en un mundial y no logró superar la primera ronda.

Por otra parte, los antecedentes laborales son esenciales para trabajos convencionales, aunque no aplican con rigor matemático ni en el fútbol ni en la política. Poco importó, sin ir más lejos, que Mauricio Macri tuviera como experiencia dirigir algunas empresas de su padre y un club de fútbol para darle las llaves de la Ciudad de Buenos Aires. O tampoco resultó invalidante que Elisa Carrió o Cristina Fernández de Kirchner carecieran de práctica gubernamental: fueron votadas para presidente por millones.

La segunda objeción a Maradona es la carencia de un “sistema de juego” y la ausencia de trabajo. La acusación suena injusta. Como todos sus colegas, Maradona tiene cinco días al mes para interactuar y practicar con sus jugadores escogidos. Quienes inician su gestión ni bien termina un mundial, logran multiplicar por cuatro años esos cinco sumando incluso la preparación de algunos torneos (como la Copa América o los Juegos Olímpicos).

Por último, la tercera crítica apunta a “su historia personal”, que suele avivar un rechazo visceral entre los detractores. Existe, ante todo, un juicio moral. Para un amplio sector de la sociedad resulta imperdonable que sólo haya reconocido económicamente a su hijo Diego Armando Sinagra. Aún así, la mayor condena proviene de su adicción a la cocaína. Sin embargo, ¿por qué la recuperación de su adicción a las drogas no es percibida como un valor o como un ejemplo? Para el sociólogo Alberto Calabrese, director del Fondo de Ayuda Tecnológica y miembro del comité científico que asesora al Gobierno sobre drogas, si Maradona fuera un ex alcohólico no padecería la misma condena social. “El juego o el alcohol son adicciones mucho más peligrosas”, dice. Calabrese apunta que luego del esfuerzo que supone una recuperación, la sociedad en lugar de valorar ese esfuerzo observa al rehabilitado con sospecha, “como si fuera inevitable un nuevo paso en falso”.

Más allá de la posibilidad real de reincidencia, se percibe casi un deseo perverso de que Maradona vuelva a explotar. Y los rumores y críticas se multiplican: “está más gordo”, “viajó al spa de Italia porque no puede más”, “duerme hasta el mediodía”.

Las grandes personalidades viven mil vidas en una y del pasado, como Nietzsche, “sólo se recuerda lo que duele”. Podríamos rescatar los grandes valores de Maradona: salió de la pobreza y con esfuerzo y talento —no por azar— se convirtió en uno de los mejores jugadores de la historia. “Me pusieron ahí arriba, de la nada y nadie me enseñó como se hacía y acá (se toca la cabeza) fue difícil”, me dijo Maradona en una entrevista en 2001.

Para el doctor en filosofía y magíster en sociología de la cultura Pablo Alabarces, profesor de la UBA y de la Universidad Nacional de la Plata, ningún intelectual urbano de clase media pasaría airoso la prueba de ser al mismo tiempo “el mejor jugador de la historia, el hombre más conocido del universo, el último símbolo plebeyo nacional-popular de un país que desplazó esos relatos a la nostalgia”. ¿Usted puede ponerse en la piel de Maradona? ¿Usted, con su preparación, lo hubiera afrontado mejor?

Alabarces sugiere que es poco lo que vivió Maradona en semejante contexto: “Yo, sinceramente, hace rato que estaría en una zanja”.

Esa historia de Maradona, no se mancha ni se arruina por decisiones posteriores. E incluso, la recuperación a su adicción, empujado por el amor hacia sus hijas, podría ser apreciada como un ejemplo o una inspiración. “Más allá de las críticas puntuales, hay una saña mayor hacia Maradona: no se tolera que alguien con su pasado con las drogas sea la mayor referencia mundial de nuestro país”, sostiene el economista Lucas Llach, mientras arma una bandera con la leyenda “Gracias Doña Tota” que llevará a la cancha al partido con Perú. “También hay, en un sector que lo rechaza, una cuestión de clase. Preferirían que la imagen de Argentina se asociara a Borges y no a Maradona”.
El filósofo Esteban Ierardo, experto en mitología y profesor de la UBA, señala la peculiar atracción que tenemos los argentinos por construir ídolos y luego derribarlos. Hay un goce en la destrucción de los “héroes”, de esta mitología popular, asegura. Como país, agrega, Argentina sostiene una gran frustración por la imposibilidad de lograr cambios. “El placer sádico de la destrucción es una respuesta a esa frustración”, señala. A tono con los humores sociales, los medios potencian la ciclotimia: “En sus ascensos, potencian su vanidad”, dice el sociólogo Roberto Di Giano, de la UBA. “Y en sus caídas dan señas de devorarlo cuando parece atrapado en su celda narcisista”.
El mismo Maradona reflexionaba ante Arcucci en aquella nota: “No me propuse ser un mito viviente. Yo lo agradezco, pero soy un ser humano como cualquiera y no me creo un mito. Pero los argentinos saben que El Diego no les metió la mano en el plato de comida y eso es lo más importante”.
Para Andrés Rascovsky, presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina, una sociedad reconstruye su autoestima con “hechos, logros, desarrollos auténticos y personalidades que representen valores espirituales, desarrollos de la cultura y contribuciones a la humanidad”. Contamos con estos hechos, logros y personalidades, ¿pero cuánto lo valoramos? (...)

Por Alex Milberg

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